Recuerdo despertar a un camino de terracería mientras hacíamos nuestro arribo en el pueblo donde pasaría los próximos 12 años de mi vida. Era temprano al amanecer, el cielo estaba completamente pintado de naranja y ya era un día muy caluroso. Bienvenidos al pueblo.
Crecí en un hogar cristiano. Mis papás habían sido pastores durante sus años de soltería y al casarse unieron fuerzas para pastorear una sola iglesia juntos. Por los primeros seis años de mi vida, vivimos el sueño mexicano en Ensenada. Teníamos una casa con pasto verde en el frente y algunas hectáreas de tierra atrás de ella que mi papá solía trabajar, como lo hacían también sus hermanos. Recuerdo que frecuentemente me quedaba dormido en el tractor después de pasar el día entero con mi papá mientras el araba la tierra.
Un día fuimos a visitar una “yarda” de carros, mi hermano y yo rápidamente vimos un carro que nos gustó y de repente ya estábamos brincando en los asientos, gritándoles a nuestros papás “¡vámonos ya!, ¡este carro ya es nuestro!”, mientras ellos preguntaban por el precio de la camioneta. No pudimos comprar el auto ese día y nos fuimos a casa algo decepcionados. Al día siguiente vimos a mi papá llegar a casa con la camioneta que habíamos reclamado como nuestra; alguien que le debía dinero había llamado para pagarle. Ese día fue la primera vez que aprendí sobre el poder que hay en las palabras ya que mi mamá señaló que fue nuestra declaración lo que hizo que eso suceder. Ese día también nos dimos cuenta que pronto nos mudaríamos a otro lugar. Mis padres siempre han tenido un corazón por las misiones y por algún tiempo habían estado pensando en plantar una iglesia en x pequeño pueblo donde mi mamá había crecido. Mi siguiente recuerdo es despertando en esa calle rugosa bajo el cielo anaranjado.
Mis papás seguido cuentan la historia de cuanto fueron inspirados cuando conocieron a un niño de cinco años que tocaba el piano y dirigía a la congregación entera en adoración. Ellos querían criar niños hábiles en la música que dirigieran la adoración al Señor, “consagrados”, “separados para el Señor”. Todo esto respaldado por palabras proféticas que habían recibido sobre nosotros desde antes de que naciéramos. Creo que eso fue el por qué hicieron lo que he visto a muchos padres misioneros hacer, “abandona la tierra de tu parentela y ve a la tierra que te mostraré”.
Mis padres tenían algunas restricciones establecidas para nosotros mientras crecíamos. A pesar de los intentos de convencimiento por parte de mi abuela, nunca tuvimos una consola de videojuegos, en lugar de eso nosotros abríamos nuestros regalos para encontrar juguetes médicos o ropa. Mis papás pensaban que no era una buena idea que perdiéramos nuestro tiempo frente a una pantalla y creo que todavía tienen razón.
Mis papás enfrentaron algo de crítica de ambos lados de la familia por la manera en la que nos estaban criando, sin embargo, se mantuvieron firmes en la idea de que todavía no estábamos listos para hacer buenas elecciones por nuestra cuenta. Nos preguntaban retóricamente a mi hermano y a mí, “si le das a escoger a un niño entre un plato de sopa y un chocolate, ¿qué va escoger?”. La respuesta era obvia y este razonamiento era la mayoría del tiempo suficientemente fuerte para diluir nuestras ansiedades.
Mis papás se aseguraron de que también tuviéramos cosas divertidas para hacer, manteniéndonos ocupados mientras éramos productivos. Por un tiempo fui parte de un equipo de béisbol. Para darte una idea de que tan buen jugador era, déjame contarte que un día en uno de los juegos teníamos “casa o bases llenas”, una sensación inminente de condena se apoderó de todo el equipo cuando se dieron cuenta de que yo era el siguiente en batear. Escuché a alguien gritar a mi espalda, “¡Misa, si haces un home-run, te vamos a dar una pelota nueva!”, y lo que sucedió después fue motivo de celebración ese día, me fui a casa con una pelota nueva.La música hizo su aparición temprano en mi vida también. Mi papá fue mi primer maestro y me pagaba cinco pesos por cada nuevo ritmo que aprendiera en la batería. Le pedía a cada baterista misionero visitante que me enseñara un nuevo ritmo. Cuando se me hacía difícil aprenderlo, hacia un berrinche y me iba a mi cuarto a llorar. Lo sé, algo vergonzoso, pero ¡hey!, mi hermano se bajaba de la batería en el medio de una canción durante una reunión de iglesia porque ya estaba cansado.
Mi papá nos llevaba una vez a la semana a tomar clases de música a la ciudad más cercana. Frecuentemente se frustraba cuando los maestros no nos enseñaban lo suficientemente rápido pues sentía que los maestros querían que aprendiéramos a un ritmo más lento para prolongar las clases y así cobrar más horas. Brincamos de escuela en escuela. Karate, computación, inglés, lectura rápida y clases de música. Mis papás se desvivieron para proveer tantas herramientas y recursos como fuese posible para mi hermano y para mí.
Estoy eternamente agradecido por la inversión que mis padres han hecho y continúan haciendo en nosotros, empujándonos más lejos de donde pudiésemos haber llegado por nuestra cuenta.
Todas estas cosas han sido grandiosas y útiles en mi vida. Sin embargo, creo que por sí mismas no hubiesen sido suficientemente fuertes para mantenerme dentro de la iglesia.
Mis padres hicieron un gran trabajo en modelar la espiritualidad para nosotros. Mis recuerdos más tempranos son de mi papá leyéndonos historias antes de la cama y ayudándonos a memorizar versículos bíblicos. Recuerdo escuchar a mi mamá orar apasionadamente todos los días a las seis de la mañana y tener nuestros devocionales familiares antes de irnos a dormir. Todas estas experiencias impactaron profundamente mi viaje personal con Dios.
Desde muy temprana edad solía cantar en la regadera, tan fuerte que mi familia me apodaba “el pequeño Plácido Domingo”. Mi mamá era frecuentemente invitada a cantar y predicar en iglesias hispanas en California, grabó también algunos albums que incluían canciones inspiradas en sus experiencias. Ella fue quien introdujo por primera vez el concepto de “el lugar secreto” para nosotros, frecuentemente recordándonos que nosotros dos teníamos que aprender a cultivar nuestro “lugar secreto” con Jesús porque eso, ella no lo podía hacer por nosotros.
Había una conciencia constante de Dios en nuestra familia. Recuerdo que teníamos un perro llamado Dixie y cuando yo jugaba afuera, a veces se me quedaba mirando fijamente. Yo solía pensar que era Dios disfrazado en forma de perro y que estaba ahí para verme jugar. Yo por supuesto estaba en mi mejor comportamiento bajo la supervisión de Dixie.
Mi consciencia de Dios también trajo algunos temores. Mi más grande miedo cuando era niño era el ser dejado en “el rapto”. Cuando mis papás se tardaban más de lo esperado para regresar a casa, yo inmediatamente me arrepentía y pedía perdón de mis pecados, que en aquel entonces, iban probablemente tan lejos como pelear con mi hermano.
Yo creí que la salvación tenía que ser ganada y que mi habilidad de ir al cielo dependía de que tan bien me comportaba a cada momento. Fuese yo sorprendido en un pecado no confesado, arrepentido o perdonado, estaba destinado a sufrir la “gran tribulación”. Me entristece qué hay gente todavía viviendo en esclavitud por esta mentira.
Mientras continuaba aprendiendo a tocar música, me sentaba al piano diariamente. Empecé a experimentar con diferentes progresiones de acordes y en mi intento de relacionarme con Dios, empecé a hablarle a través de canciones. Me desviaba de una canción en particular y cantaba piezas de lo que mi corazón tenía para decir.
Durante estos momentos de devoción, experimentaba diferentes sensaciones que no podía completamente entender, pero mi corazón estaba siendo despertado a la presencia de Dios.
Cuando era adolescente, me convertí en el pastor de los niños y después me moví a liderar el grupo de jóvenes y la banda de adoración de la iglesia de mis papás. Siendo abierto en cuanto a mi fe y conocido en la escuela como cristiano e hijo de pastor, frecuentemente me vi en la necesidad de defender mi fe. Solo estaba dispuesto a “pelear” por algo si estaba yo mismo convencido de que era real, por lo tanto desarrollé una pasión por la apologética que me llevó a leer artículos y ver videos que me proveyeran de argumentos sobre mi fe.
Esta situación también alimentó la mentira preexistente de que necesitaba mantener una “reputación” por que era el hijo del pastor. Aun el día de hoy, he visto que aun existe esta expectativa no hablada de que los hijos de las personas en liderazgo deben de ser ejemplares. No había sido hasta recientemente que he podido sentirme libre de ser mi verdadero yo entre mis amigos y aun más, mostrar mis debilidades, aceptando el hecho de que no tengo que tenerlo todo resuelto. 
Cuando cumplí 18 años, me mudé a Tijuana para asistir a la universidad, siendo ese un gran salto para mi. Pasé de estar en un lugar seguro a mudarme a Tijuana donde mis papás no estaban siempre mirando. Algunas personas temían que abandonaría yo mi fe por ir a la universidad pero lo opuesto sucedió.
Transicionar de la preparatoria a la universidad fue difícil para mí. Pasar de tener las calificaciones más altas a casi reprobar una clase fue completamente abrumador. Fue ahí que me vi acercándome aún más a Dios. Empecé a tener encuentros con el escuchando música de adoración mientras manejaba entre Tijuana y Ensenada.
Si has vivido en el mundo de la iglesia por algún tiempo recordarás esta tendencia cuando todo mundo empezó a decir que el cristianismo no era religión sino una relación. Parecía como si de repente todos querían deshacerse de la palabra religión y todo lo que estaba adjunto a ella. Todos queríamos ser modernos y relevantes a la cultura. Todavía estoy en favor de eso pero de otra manera. De pronto entré como en este modo anarquista donde hacía publicaciones en Facebook tipo adolescente en mi esfuerzo por cambiar la cultura cristiana. Siendo parte de una banda cristiana y conociendo más ministerios empecé a descubrir que no todos eran tan sacrificiales y bien intencionados en el mundo cristiano.
Hubo momentos cuando ya había tenido suficiente, tiempos donde quise maldecir la iglesia, cuando estaba ya harto de sus reglas y regulaciones. Apuntaba mi dedo a su hipocresía y defectos pues había visto a personas ser lastimadas por la iglesia.
Todo este tiempo, yo estaba también peleando mis propias batallas, viviendo con enojo hacia mí mismo por no poder vivir completamente de acuerdo a los estándares con los cuales juzgaba a otros.
Mirando hacia atrás, puedo ver que fue el poder experimentar a Dios por mi propia cuenta, convirtiéndose real para mí, siendo Él mi amigo más cercano y el poder escuchar su voz que me mantuvo alrededor de la iglesia, pues en cada uno de mis peores días ahí estaba Él, mi amigo que esperaba en el “lugar secreto”. Siempre me recordaba que ya era perdonado, nunca haciéndome sentir avergonzado de mí mismo, más siempre recibiéndome con su voz apacible y paternal, llamándome hijo. Jesús, que ama a su iglesia, la novia por la cual murió y por la cual no dudaría en morir otra vez si fuese necesario. ¿Cómo podría atreverme a hablar en contra de su amada novia?.
Su amor me trajo al entendimiento de que yo también soy parte del cuerpo de su novia y que en momentos yo también había lastimado personas, y aun así, él nunca dudó en amarme a través de mis peores días. ¿Quién soy yo para responsabilizar a otros por los frutos de su miedo y dolor?.
Seguido encuentro a papás que están buscando un buen ejemplo o una fórmula de crianza para sus hijos. Si existen algún consejo que puedo dar basado en mi experiencia es este: dales el regalo de Jesús, porque no hay cantidad de corrección, exhortación o amonestación que pueda traernos de vuelta al corazón de Dios. Es sólo su amor incondicional y sin final que nos lleva a arrepentirnos y a la plenitud. Él puede derretir el más duro de los corazones. 
La escritura dice, “instruye al niño en su camino y cuando sea viejo no se apartará de él”. Hoy tengo el privilegio de ser parte de la vida de niños que han sufrido los peores frutos de la decadencia humana. Mi más profundo y verdadero deseo para ellos es que descubran el amor de Jesús por si mismos, la bondad de su creador y que puedan disfrutar su compañía a través de los altibajos de la vida.
Estoy por siempre agradecido de que mis padres me instruyeron no solo en “los caminos” de la iglesia, pero más que nada, me presentaron al camino, la verdad y la vida. Él es para siempre.
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